sábado, 11 de febrero de 2012

miércoles, 13 de octubre de 2010

En (de)Construcción

















La película En Construcción del año 2001, de José Luis Guerín, trata sobre la reconstrucción de un edificio en un barrio pobre de Barcelona. Todo el film transcurre en el Barrio del Raval –antes conocido como El Chino-, y el epicentro de la película es la destrucción/construcción del inmueble.

Los personajes que aparecen representan el pasado y el presente de la vida en el barrio, y es a partir de ellos que se reflexiona sobre el tiempo y la memoria, sobre la historia de esta mutación. A lo largo de la película se va estableciendo un diálogo entre lo viejo y lo nuevo, la realidad y el propio medio, la memoria y el olvido, lo perecedero y lo imperecedero, los antiguos habitantes y los nuevos.

La sociabilidad del inmueble va evolucionando. En un principio, cuando se procede a la demolición del interior -ya que la fachada en una primera instancia se conserva-, el edificio es espiado desde las ventanas de los edificios vecinos. Cuando se inician las obras de construcción, son un punto de reunión comunitario, los jubilados y los niños de camino al colegio miran los trabajos, y las obras rompen la rutina del barrio y forman parte de la vida de sus habitantes.

Principalmente sucede esto con el descubrimiento de las catacumbas romanas, cuando todo el barrio se acerca a observar a los arqueólogos trabajando. Cuando vuelve a tener una estructura asegurada, el inmueble va de a poco abandonando la vida del barrio para crear su propia intimidad. Esta intimidad se consolida plenamente a partir de que empiezan a aparecer los nuevos inquilinos, el edificio pasa de ser un lugar que ha pertenecido a la vida de todos para ser el refugio de pocos. Estos nuevos moradores aparecen en el filme con el edificio a punto de terminar, y son pertenecientes a clases más acomodadas que los ‘protagonistas’ de la película. Cuando estos nuevos dueños van a ver los departamentos, hay muchas escenas donde aparecen junto a los personajes de la película (antiguos moradores y obreros), pero ahora la voz la tienen solo los nuevos dueños, los protagonistas del film son prácticamente invisibles para los nuevos propietarios, pero no para nosotros (los espectadores), que ya los conocemos, conocemos sus historias, sus vidas. Decimos entonces que en este momento los obreros no tienen voz, que la voz esta en los otros, en lo que para nosotros son los otros, ya que hasta ese momento la voz la tuvieron los obreros y los vecinos del barrio. Estos nuevos personajes mantienen solamente charlas triviales y presentan intereses que podrían tildarse de superfluos: las rejas para cercar el edificio, la viste fea del barrio, el inconveniente estético que presenta para el paisaje urbano la ropa tendida en los balcones de los vecinos, la insolación y la fealdad de los vecinos. De las conversaciones sobre la soledad y el sentido de la vida entre Santiago y Aziz, pasamos a conversaciones sobre si en determinado ambiente del piso entra la suficiente luz, de las charlas entre el encargado y su hijo sobre la problemática transmisión de un oficio de generación en generación, pasamos a pláticas sobre la conveniente colocación de determinadas cortinas.

Con la construcción/destrucción se van borrando las huellas, los rastros de las personas que pasaron por ahí. Los escritos en las paredes, tanto los antiguos como los recientes realizados por los chicos, son una metáfora de cómo la modernización parece intentar borrar todas las marcas de lo antiguo, de lo que -como nos muestran al inicio del film-, fue en otra época próspero.

El trabajo de Guerín puede ser una forma de, como dice Benjamín, pasarle el cepillo a contrapelo a la historia.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

viernes, 27 de agosto de 2010

BARROCOFACE




La televisión estupidiza, no hay nada creativo ni educativo. Esta tradicional postura apocalíptica y adorniana (de Theodor, no de ornamento) se escucha mucho, se cree mucho, se vive mucho. Hay, sin embargo, un personaje contrarevolucionario oculto, como en un gran caballo de Troya catódico. El arte que profesa –vaya arte, vaya que lo profesa-, es un arte planteado para ser disuelto en la sociedad, no conjurado en una torre de marfil como plantearan aquellos vanguardistas de principio de siglo XX. No es un arte elitista, que sea solo para exégetas. “Yo soy un artista y el pueblo me quiere por eso” remarcó en repetidas ocasiones. Como todo gran artista, también es incomprendido por algunos críticos de cierto renombre en el ambiente: “Mirá, a mí lo que me diga la niña Loly me chupa un huevo”, declaró en su momento cerrando el acalorado debate sobre si el arte debe o no ir acompañado de un proyecto político que lo sustente.
Tanto quiso llevar el arte al extremo que eligió su propio cuerpo como obra de arte total, convirtió su cara en el máximo exponente del grotesco, resultando así una - tan metafórica como literal- operación casi imposible de ver sin recordar esos escritos que tan bien nos trae Bajtin sobre el carnaval medieval de Rabelais. Su rostro es definitivamente barroco, y en eso de llevar el arte a las masas, él es único, “cada vez que vean mi cara, quiero que piensen en el grotesco, creo que lo logré ¿no?” “Aunque sea lo intento, porque si no lo intentamos nosotros los artistas, quien lo hará”.

jueves, 5 de agosto de 2010

PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS...

El mundo de la palabra. Palabra informativa. La palabra informa, no forma, no transforma. Informa todo el tiempo nadie sabe muy bien qué, nadie sabe muy bien para qué. La palabra hija de la repetición (industrial, mecánica, muerta) se sale del yo y del nosotros colectivo para cobrar autonomía en los aparatos informativos. Todo se muestra, todo se dice, todo se escribe. No digo, no muestro, no escribo. No decimos, no mostramos, no escribimos Está en el éter, es virtual, capturada por el medio técnico y reproducida como cinta sinfín. Libertad, pobreza, lucha, política, amor. Las palabras no son, parecen, imitan. Llevan al paroxismo su función representativa, representan una representación que es farsa de lo que fue, dejando yermo el territorio del sentido.


Los dejamos con Bertolt Brecht, quién nos invita a colmar de vida nuevamente el sentido de las palabras.

"Lo peor: cuando las cosas van echando costra en las palabras, se endurecen, lastiman al arrojarlas y caen muertas alrededor. Entonces hay que aguijonearlas, desollarlas, ponerlas furiosas; es preciso alimentarlas y sacarlas del caparazón, silbarles, acariciarlas y pegarles, llevarlas en el pañuelo, adiestrarlas. Tenemos ropa interior propia y de vez en cuando la lavamos. Al no tener palabras propias, nunca las lavamos. En el principio no era la palabra. La palabra está al final."

Septiembre 6, 1920

viernes, 30 de julio de 2010

Las caras de la moneda


“...si se pudiera tirar el pasado como el borrador de una carta o de un libro.
Pero ahí queda siempre, manchando la copia en limpio, y yo creo que eso es el verdadero futuro”

Cartas de Mamá, Julio Cortázar.




Hay silencios que no olvidan. Que por más que se enquisten como un vacío sin sentido, no olvidan. O mejor, hay silencios que no son olvidos, y se enquistan como ese vacío sin sentido. Hay olvidos que son casi tan densos –casi más densos – como la presencia de lo nombrado, de lo traído por la memoria, de lo conservado en el recuerdo. Entonces el olvido, el forzosamente buscado olvido ya no es tal. O por lo menos no es-en-oposición a la memoria, sino más bien su correlato. La otra cara de la misma moneda. Recuerdo-olvido; olvido-recuerdo, el rostro de Jano de la memoria.
El olvido, en su corporalidad tan otra, tan silenciosa, no es más –pero por supuesto no menos- que la condición de posibilidad de la memoria, con el mismo exacto peso que el recuerdo con su plenitud tan incompleta. Y si no fuera así ¿cómo explicamos los olvidos que fueron tan recuerdos? ¿O no fue el sentido que cobró el silenciamiento de una palabra en los años oscuros de nuestras tan libertadoras dictaduras? Los silencios buscando ser olvidos no lograron más que perpetuar los recuerdos. Y es así que aparecen los Che, los Perón, los Mayos, las Risas. Se llenaron los silencios con memorias, esa singular característica que se yergue como amalgama de los pueblos. Ese hilo de Ariadna que ayuda a encontrar la salida al sinsentido. La memoria, ese manantial que está ahí lastimosamente puro a veces, única fuente para poder hacer experiencia.

Los peligros de la memoria

Dos son los peligros principales que se le presentan a la memoria.
El primero es caer en la nostalgia por épocas mejores, no hay épocas felices atrás nuestro, nunca las hubo. A veces si conviene ir para atrás para saber como se fue constituyendo este entramado del presente en el que vivimos. A veces conviene tomar una época pasada para que sirva de claroscuro, de contraluz. Pero solo el extrañamiento nos podrá dar lugar a otras miradas. Lo fundamental es asumir que cada época ha tenido sus propios problemas, antes tuvieron los suyos, nosotros tenemos los nuestros y seguramente en el futuro habrá otros. Pero la nostalgia es una operación sentimental conservadora y reaccionaria. Diferente sí, es la mirada melancólica que nos ayuda a humanizar las cosas.
El segundo peligro es la sensación de que no hay salida a la actual situación histórica. Pero el futuro nunca esta dado de antemano, es creación social. Por supuesto hay que diferenciar en esa creación lo que corresponde a las dosis habituales de ilusión y lo que se corresponde con una esperanza sostenida en acciones. La ilusión dura poco, la esperanza es un principio activo, una operación que fomenta actividades colectivas.
A veces, alguna gente, cuando toma conciencia de la condición actual de la humanidad, supone que quizás sería mejor volver a tiempos más sencillos sucedidos en el pasado. Pero eso son solo imágenes de fuga. El progreso nunca nace de la renuncia.
Cada ser está acompañado, hay que radicalizar la idea del vínculo y refutar la soledad. Simplemente es intentar vivir de otra manera, tenemos que recuperar la voluntad de creer.
Hay que asumir el desafío, y desafiar es, etimológicamente, perder la fe. Y este presente es un desafío, pero un desafío para volver a creer. Hoy la historia no es historia, hoy la historia es destino. Hay que luchar por nuestra utopía, y la utopía es, precisamente, esa función a través de la cual reencontramos, colectivamente, una motivación, una fuerza motivadora universal. Y ojo con pensar que esto sería hacer una gran revolución -por lo menos no revolución en el sentido clásico-, como decía Nietzsche los acontecimientos que cambian el mundo caminan con pies de paloma.